sábado, 22 de agosto de 2020

“Amor de cuarentena”: una nueva forma de vivir el teatro en estos tiempos

 Mientras escribo, escucho una canción que me envió un antiguo amor. Hace días él se puso en contacto conmigo a través de WhatsApp y ha resultado ser una inusual compañía. Quizás, son los efectos que ha provocado esta pandemia, donde los recuerdos y las emociones parecieran ir y venir.

No, lo anterior no es un relato de un hecho de mi vida personal, aunque si nos sumamos a esta nueva dinámica teatral que les contaré, entonces podríamos decir que sí. Se trata de “Amor de cuarentena”, un proyecto de teatro sonoro que surgió a través de una productora uruguaya y que junto al dramaturgo argentino Santiago Loza dieron vida a una nueva forma de teatro que se ha ido realizando en diferentes países y Chile es uno de ellos.

Cuando supe de esta nueva propuesta, me llamó la atención esta singular manera de experimentar una historia de amor, en la que el público es quien elige con qué actor o actriz recordará la nostalgia de una relación pasada.

“Te debe resultar raro este mensaje. Ojalá que no sea inoportuno”. Así empieza un relato en el que ese antiguo amor cuenta a su receptor(a) cómo se siente en medio del contexto actual, qué es lo que recuerda de aquellos días, cómo vive su presente, entre otras sorpresas. Junto con aquella voz que te interpela y te invita a un momento donde los sentidos entran en juego, también ese(a) ex acompaña sus audios con canciones e imágenes que además son parte de la trama y que hacen que la historia se haga incluso más sólida y completa.

Tal como la vida misma, durante los catorce días que dura esta experiencia, este amor va transitando por distintas fases emocionales. Su ánimo varía y junto a él, la narración toma sentido. A veces, se muestra sensible, nostálgico y con un claro deseo de revivir la magia de una antigua relación. Otros días se nota más disperso, divertido y lleno de preguntas que (lamentablemente, lo confieso) no se le pueden responder.

Sin duda, “Amor de cuarentena” es una experiencia teatral que es el fiel reflejo de los momentos que estamos enfrentando hoy. Tal como dice ese amor, no nos podemos ver ni tocar, pero ahí estamos. De la misma forma en que este personaje nos cuenta su día a día, nosotros(as) desde el rol de receptores(as) podemos coincidir perfectamente con su sentir: hay días en los que es más difícil levantarse, otros en los que sentimos esperanza y en los que incluso tenemos ganas de bailar. Ese amor comparte su encierro, pero curiosamente es ese encierro que lo lleva a abrirse con quien lo escucha, a pesar de no esperar una respuesta.

¿Acaso se hubiese pensado en otro momento hacer llegar el teatro a través de WhatsApp? Desde hace un tiempo he leído y he escuchado a quienes sostienen que el teatro solamente es real cuando está en vivo. Sin embargo, el actual contexto que vivimos nos ha demostrado que sí hay otras maneras de crear aquella teatralidad que, personalmente, extraño muchísimo. Esta apuesta que ha sido muy exitosa a nivel internacional es capaz de generar una atmósfera que nos transporta a otros lugares, sensaciones, texturas y colores de la mano de aquella voz elegida.

La versión chilena de “Amor de cuarentena” fue estrenada el pasado 6 de agosto y hasta el momento no hay una fecha de término fijada, ya que según Escenix, esto ha sido un gran éxito. La dirección está a cargo de Manuela Oyarzún y el elenco de actores y actrices se compone por: Daniela Vega, Álvaro Rudolphy, Mariana di Girólamo, Patricia Rivadeneira, Francisco Pérez Bannen, Antonia Zegers, César Caillet  y Benjamín Vicuña.

Yo elegí a César Caillet, ya que además de admirar mucho su trabajo comparto con él algo en común: yo también tuve que estudiar otra carrera antes de lanzarme a los brazos del Teatro. Así como ven, se trata de un grupo actoral que está dejando hermosas huellas a través de sus voces. Y ustedes,  ¿a quién elegirían para vivir un “Amor de cuarentena”?

Para más información pueden visitar la página web https://escenix.cl/

 

 




Romina Anahí

Escritora

 

 

 

 

 

 

domingo, 14 de junio de 2020

Mañalich y el verdadero derrumbe del castillo de naipes



Todavía recuerdo con claridad el día en que corrió un registro audiovisual donde se pudo ver al ahora ex ministro de Salud, Jaime Mañalich, dirigiéndose a la prensa con un tono altivo y brutal, fiel reflejo de su forma de enfrentarse a lo que le rodea: “Yo te digo una cosita, conmigo no se tontea. O sea, la protección que tengo es tan fuerte… que…”

Así lo tengo presente, con una impronta de quien se sabe a salvo, como si estuviese siendo resguardado desde el mismísimo Olimpo o cualquier otra creencia que aquí se quisiera insertar. Siempre me llamó la atención especialmente esa suerte de “seguridad” con la que hablaba, con la que se dirigía a quienes se atrevían a cuestionar su gestión y sus declaraciones. Una seguridad que dejaba de ser tal para aferrarse a algo siniestro. Todo un intocable.

Una de sus últimas “frases para el bronce” fue aquella donde ya dejó de manifiesto lo que todos sabíamos, pero que desde el poder no habían sido capaces de afirmar de frente, cuando sostuvo que las supuestas fórmulas de proyección con las que se sedujo en enero se derrumbaron “como castillo de naipes”. Yo me pregunto, ¿de verdad no veía lo evidente, ex ministro? ¿En serio seguirá asegurando que nadie se lo advirtió? Y es que mientras él repetía con plena certeza sobre las felicitaciones internacionales que recibía por su desempeño como ministro, la pandemia se extendía sin tregua ni distinción, pero como el hilo siempre se corta por lo más delgado, es sabido que es el pueblo el que hasta hoy sigue pagando el costo de su arrogancia.

¿Aún seguirá pensando que la medida de cerrar las escuelas fue un grave error? Según él, esto dejó a los estudiantes sin vacunas, educación, comida ni protección. Sin embargo, si esto no se hubiese hecho, la situación sería aún peor de lo que es. Lo sostengo porque soy profesora y sé cómo es esa realidad. Además, la alimentación y turnos éticos continuaron y, con respecto a las vacunas, se debe dejar en claro que si no las recibieron antes fue porque no las hicieron llegar, al menos en la comuna donde vivo. Mis padres también son docentes y en sus trabajos coincidía la situación: al momento de llegadas las vacunas estas se pondrían, pero en ese momento ni rastro de ellas. Y sí, está claro que esta pandemia ha dejado aún más al desnudo la cruel desigualdad de Chile, pero en la continuidad de lo presencial hubiese sido aún más crítico el panorama. Mírenlo, “el protegido” escudándose a toda costa en los desprotegidos. Todo con tal de no dar el brazo a torcer.

Es más, cuando los alcaldes y alcaldesas estaban pidiendo con insistencia la cuarentena total, se empecinó en no querer escuchar y en insistir que esta medida era insensata, desproporcionada y populista. Quizás, si hubiese escuchado, hoy no estaríamos lamentando toda esta cantidad de enfermos y de muertos, pero no… era mejor jugar a ganador con la soberbia como fiel aliada.

Y no, no resultó. La “nueva normalidad” no fue más que un simulacro miserable, un chiste cruel para seguir como si nada, arrojando así a tanta gente a un abismo de incertidumbre. No volveremos a tomar café ni cerveza como en otros tiempos, ese intento por sostener una escenografía admirable ante el resto no es más que una de las tantas mentiras que nos han tratado de vender y que ahora terminó de venirse abajo.  Tampoco el virus se convirtió en una “buena persona” como lo dijo su singular pronóstico. El verdadero castillo de naipes, ex ministro, se derrumbó hace tiempo y no fue capaz de asumirlo. Se derrumbó cuando hizo oídos sordos a quienes le pusieron en alerta ante el peligro de la pandemia, cuando minimizó lo catastrófico del virus en el país y en nuestro día a día. También, cuando se dedicó a hacer alardes de su rol como ministro, jactándose de las felicitaciones ajenas, mientras que todo a su alrededor se volvía cada vez más precario y desesperante, entre enfermos, muertos y otros tantos que ni siquiera sabemos si alguna vez serán contabilizados. Ni siquiera eso se le puede creer. Se derrumbó, cuando dejó en evidencia que no era consciente del nivel de pobreza y hacinamiento existente en el país donde fue ministro de Salud.

Al final, ¿de qué sirvió tanta soberbia, si a regañadientes igual tuvo que reconocer que el telón le cayó encima, ex ministro? Entonces, vuelvo a recordar cuánto le molesta que se metan con él, mientras yo “tonteo” escribiendo estas palabras, ignorando que alguna vez él se sintió un dios de un Olimpo falso y decadente, aunque hoy quiera negarlo. ¿Dónde está esa protección tan fuerte que tenía? Quizás, saldrá a flote en el momento en que la memoria insista y porfíe, porque no sería justo que una vez afuera del ministerio se desentendiera de todo lo que provocó. ¿Acaso tendrá bajo la manga la última carta de su derrumbado castillo?



Romina Anahí
Escritora





domingo, 22 de marzo de 2020

Mientras no caiga el "Corona"


Estuve varios minutos tratando de ingresar para hacer una publicación después de varios meses. Es como si el blog me estuviese haciendo un reproche por haberlo dejado en pausa durante ese tiempo y, como verán, hoy la situación actual me mueve a escribir como no me pasaba hace un rato.

Por ahora, no pretendo extenderme demasiado, ya que quiero dejar letras para más tarde. Solo que me pasa algo en particular y sé que somos muchas, muchísimas personas sintiendo eso de alguna manera: esa sensación de incertidumbre, pero que a la vez te hace atar más de algún cabo suelto.

Qué increíble ver cómo siempre estamos ordenando todo, haciendo planes, disponiendo del tiempo y del mundo para cumplirlos, sin pensar que todo cambia repentinamente y ahí nuestra voluntad no juega rol alguno. Entonces, recordamos que somos parte de un gran relato donde no siempre nuestros actos van a dirigirse con exactitud hacia donde quisiéramos, hoy ya no es cuestión de seguir como si nada.
Hasta hace un par de semanas, me preparaba para empezar los planes de mi futuro viaje, el cual haría dentro de unos meses: ya estaba pensando lugares para recorrer, preguntando datos, incluso imaginando a qué lugares vegetarianos o pescetarianos ir en un país donde son reconocidos por preparar una de las mejores carnes. También, les escribía a mis amigas para saber cuándo nos juntaríamos al fin. Como si fuera poco, ya estaba pensando en si este año lo dedicaría a estudiar o a prepararme para hacerlo el próximo año. Todas aquellas preocupaciones y dudas se hicieron pequeñas y se acomodaron en un rincón a esperar que esto pase y no quiere decir que nuestros días se reduzcan a nada, pero hay pausas que es necesario respetar no solo desde lo individual, sino pensando también en nuestra comunidad, en quienes nos rodean. 

Ojalá el cuiquerío de este Chile decadente y en constante desgracia fuera capaz de pensar un poquito en eso y empatizar, a ver si ahora demuestran ese supuesto amor y respeto que dicen sentir por las vidas ajenas, encerrándose un rato, sin prepotencia y sin esa indolencia que caracteriza a tantos.
Yo, por mi parte, vuelco mi energía y amor en mi clan, en mi escritura y en todas esas cosas que posiblemente llegaré a aprender en estos días.

Un abrazo a la distancia, mis amores lectores



domingo, 29 de diciembre de 2019

La revolución chilena en los tiempos de “El Joker”


Ya se va el 2019 y como país, nos guste o no, caer en la idea de un balance es prácticamente inevitable y, a decir verdad, creo que este año se hace totalmente necesario, más aún si nos situamos en el contexto social que permanece palpitante, lleno de justificada rabia y también, de convicciones.

Y así como podríamos estar horas hablando y escribiendo de todo lo que ha implicado la revolución del 18 de octubre, junto a ella también al arte y sus distintas expresiones nos han estado acompañando desde siempre y este año no ha sido la excepción. Dentro de todas estas expresiones, el cine ha estado presente como fiel reflejo y exponente de nuestro sentir como sociedad y, aunque no siempre se trate de películas nacionales, hay temáticas que sin duda alguna resultan ser transversales, traspasando países, culturas y épocas. Un ejemplo de ello ha sido la aclamada e inolvidable película “Joker”, más conocida como “Guasón” en este lugar del mundo. ¿Y qué tiene que ver este icónico personaje con nuestro contexto y todo lo que ha pasado? Podría ser, posiblemente, una pregunta inicial.

Arthur Fleck, quien es magistralmente interpretado por el actor Joaquin Phoenix, es un hombre como tantos en medio de una sociedad que transcurre sin pausa ni reflexión. Al ir conociendo su historia, se puede apreciar que habita un espacio sombrío, muy lejano al sector privilegiado, donde el tedio y la miseria son evidentes. A diario, lucha por su sueño de ser comediante, realizando trabajos en los que la paga es escasa y el trato, indigno. Sin embargo, continúa. A pesar de los dolores y la violencia recibida de distintas formas, pero no lo hace solo. Arthur debe ir por sus medicamentos para tratar de batallar en un sistema cruel, donde vivir con problemas de salud mental es mucho más azaroso. ¿Acaso no les parece conocido este conjunto de situaciones?

Junto con lo anterior, y tras un cúmulo de hechos que se van desarrollando durante la historia, Arthur sostiene una gran admiración hacia Murray, quien es todo un ídolo para él. Este, más tarde, será uno de los que abiertamente se burlará de su desgracia y de sus fallidos intentos por lograr ser comediante. Sin embargo, esto no se detiene aquí. El Guasón rompe el silencio la noche en que es invitado al programa televisivo de Murray, al declarar que mató a tres hombres que inicialmente lo atacaron. Esto genera un revuelo que, no obstante, se pone en jaque ante el cuestionamiento mismo de Arthur: si el asesinado hubiese sido un hombre como él, un invisibilizado y olvidado por la sociedad, hubiese dado lo mismo y ni los medios de comunicación ni las autoridades hubiesen repudiado lo ocurrido, tampoco hubiesen alzado la voz por él, un tipo marginado, sin influencias políticas ni económicas. Entonces, el Guasón deja abiertamente planteada las interrogantes: ¿hasta dónde llegan la moral y los valores que nos impone el sistema?, ¿por qué la muerte de hombres privilegiados tendría que lamentarse más que la de aquellos que han sido ignorados desde siempre, al estar condenados a la marginalidad y no poder salir de este círculo?

Mientras el Guasón es exhibido y humillado ante las luces televisivas, las calles de la ciudad se levantan y arden entre el fuego y el descontento de las personas, que se manifiestan y han hecho de los rostros del payaso todo un símbolo de lucha. ¿Y qué esperaban los poderosos después de tanta indolencia frente a su propio pueblo? Es por eso que también Arthur resulta una amenaza, al cuestionar los hilos que manejan esta sociedad.

Recordemos que esta película fue estrenada un par de semanas antes de que el actual movimiento social surgiera en Chile. Incluso he escuchado a más de alguien que ha planteado la idea de que esta obra de arte también fue influyente al encender esta revolución.
Hace unos días estuve compartiendo con mis compañeros del curso de Teatro y uno de ellos contó que el día que fue a ver “Guasón”, al salir del cine, se encontró con una manifestación. “En realidad, sentí como si nunca hubiese salido de la película” nos dijo.

¿Acaso después de todo esto se puede negar el vínculo entre el Joker y lo que hoy estamos viviendo como país? Quienes no tenemos el poder político ni económico y que somos violentados por alzar la voz ante la desigualdad, somos Arthur. Quienes no formamos parte de la élite, que somos parte de un pueblo invisible e ignorado, somos como él. Quienes hemos vivido humillaciones en nuestros trabajos, quienes terminamos acudiendo a medicamentos para sobrevivir en este sistema enfermo y que nos enferma, somos el Guasón. Porque, al final, los que dirigen repudiable y mediocremente este país nos lastimaron tanto, se burlaron tanto de nosotros(as) y los sueños que, pese a todo seguimos llevando, que hicieron de esta revolución un grito que permanece con el paso de los días y que no piensa decaer. 

Durante tantos años nos hicieron ver al Guasón como un villano, cuando en realidad es uno de nosotros y nosotras. Nos quisieron hacer creer eso, porque es un personaje que cuestiona el orden establecido y lo desafía a través de palabras y acciones. Arthur es parte de los oprimidos y no se queda quieto ni callado ante esta realidad, por eso, resulta ser una amenaza y lo más estratégico para los opresores es ponerlo a él como el villano. Tal y como nos sigue sucediendo en Chile.






viernes, 15 de noviembre de 2019

Chile: no hay peor gobierno que el que no quiere ver


Las semanas continúan avanzando, así como también lo hace el pueblo chileno y sus convicciones al momento de luchar por una serie de demandas que hasta hoy permanecen vigentes, pese al reciente acuerdo que vislumbra la idea de una futura Nueva Constitución. Sin embargo, todavía se siente en las calles que la represión ha sido el camino más cruel y cobarde dirigido desde el gobierno como una vía de escape.

Pensar que todo este movimiento social ha ido mucho más allá de nuestras fronteras, pareciera que el mensaje no podría ser más visible, pero esa constante negación de los poderosos que se han aferrado a su ambición ha resultado ser tan violenta que ya es imposible silenciarlo. Se nota que la idea de ceder es lo que más les duele y les atemoriza. Por lo visto, al verse ante un panorama que los haga “perder” sienten el clamor de la gente como una amenaza.

Estamos a días de cumplir un mes desde el inicio de esta revolución. También desde que Chile volvió a vivir un toque de queda y, sobre todo, desde que los uniformados han dado rienda suelta a sus armas, causando muertes, torturas y una cantidad masiva de ojos mutilados hacia quienes han participado en manifestaciones, incluso hay personas que ni siquiera han estado en ellas y, aun así, son parte del doloroso listado de quienes han recibido perdigones a destajo. ¿Acaso hay alguien que podría justificar una brutalidad como esta?

Duele, llena de rabia y de angustia andar por la calle, sea o no en una manifestación, y no saber si regresarás con ambos ojos íntegros, de cuerpo entero y con vida. Como un claro ejemplo, tenemos el caso del joven Gustavo Gatica, quien perdió sus ojos por una de las tantas aberraciones cometidas por carabineros y que, a la vez, y según sus propias palabras, los regaló para que la gente despierte. Y aquí estamos, despiertas y despiertos como no lo imaginan, con la fuerza y la indignación elevadas y ardiendo, como el nombre de cada persona muerta, torturada y de ojos mutilados por el Estado de Chile, a pesar de los anuncios y calmantes que han estado aplicando.

Aquí seguimos, aunque intenten decir y creer lo contrario. No habrá olvido ni vuelta atrás y, por lo tanto, es evidente que quienes realmente no han querido ver la realidad de un pueblo están de parte del opresor.

Romina Anahí



jueves, 31 de octubre de 2019

Yo no quiero “normalidad”


Los días de lucha y de resistencia siguen sumándose en el calendario de este Chile más encendido y luminoso que se haya imaginado en el último tiempo. La gente se organiza y ha retornado una sensación de comunidad que casi no recordaba. Ya no es novedad decir que esto dejó de ser lo que en un inicio solo se veía  como “el alza de los pasajes del transporte público en Santiago”.

Ahora las personas han vuelto a reconocerse en sus espacios y, por más que alguien se atreviera a negarlo, esto nunca volverá hacia atrás. Precisamente, es la idea y la sensación latente que flota, mientras en un pleno acto de porfía, nos quieren llevar de golpe a recluirnos en una palabra aparentemente indefensa, pero que hoy no podemos permitir: “normalidad”.

La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado, pero vacío que solo quiere que volvamos a encajar en una realidad que de tanto soportarla nos terminó haciendo explotar desde lo personal y lo colectivo. Y, de verdad, esto último no podría ser mejor. Lo más seguro es que ante esta afirmación, alguien se refugie en la ya clásica idea de los saqueos y el tan manoseado vandalismo del que hablan por los medios televisivos. Claramente, esto no es cuestión de azar.

La semana recién pasada, en un pobre e ingenuo intento por volver a clases, me reencontré con mis estudiantes. Estuvimos dialogando en torno a la contingencia actual, escuché sus impresiones sobre lo que ha estado ocurriendo y también recibí aquel cuestionamiento de aquellos(as) jóvenes frente a la forma en que muchos medios de comunicación buscan plantear este movimiento social. “Profe, ¿por qué la tele miente?”,  “Profe, le dan más importancia a los supermercados saqueados que a la gente que ha muerto”. Y así, la inquietud de mis estudiantes se suma a la de tanta gente que siente y que piensa igual. 

Es que ya es todo demasiado evidente. Desde el poder creyeron que esto pasaría pronto, que nos conformaríamos con las irrisorias y decadentes medidas parche anunciadas por el gobierno, pero no. Es como cuando te han dañado tanto, que ya no sientes miedo ni estás dispuesto(a) a seguir creyendo en frases hechas que ya no compras de tanto que te mintieron antes. Así está Chile ahora, aunque los intentos por concluir con esto no se han detenido.

“Volvamos a la normalidad”, “normalización constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor, más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible, en medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era capitalismo” expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.

¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?

¿De qué normalidad nos hablan desde el poder?, ¿realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta franja de tierra nos quieren ver de esa forma?

Vivo en Melipilla, una comuna en la que jamás habían ocurrido hechos como los de los últimos días: en medio de las movilizaciones, llegaron hasta aquí un montón de uniformados que no pertenecen a este espacio. El gobernador, a través de sus redes sociales, los recibió con una alegría y admiración que abiertamente, siguen dándome rabia y asco. Esos uniformados afuerinos desde hace días que empezaron a hacerse su fama. En las marchas, ningún reparo en disparar a quien fuese, con tal de callar a quienes pudieran resultar una “amenaza al orden público”. Un nivel de violencia que, incluso desde palabras de mis padres “ni siquiera se había visto en la época de dictadura aquí en Melipilla”. Balas, sangre, heridos que incluso no podemos contar como un capítulo finalizado, pues esto ha seguido pasando.

Y así, como en mi tierra natal ocurre, se da en cada rincón de Chile. Yo me sigo preguntando, ¿así quieren imponernos  su normalidad de mierda? ¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no lo haremos.

Es de una violencia tremenda pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto predican?

Yo no quiero ni concibo esa normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me emociono, en medio de testimonios que continúo reconociendo y de acciones que cada día me van devolviendo más fuerza y convicción aún.

Romina Anahí



martes, 22 de octubre de 2019

De una guerra inventada y el despertar de un pueblo


Pasan los días y, lejos de parecer decaer o apagarse, el movimiento social que se expandió a nivel nacional sigue en pie, de frente y sin miedo. Levantándose, sacudiéndose y reaccionando después de tanto tiempo, de tantos años en los que el pueblo chileno vio derrumbada y burlada su dignidad. Tantas veces hasta que no dio para más. Como el personaje adormecido de una historia que le estaba pasando por encima, Chile hizo de su rabia y su dolor un rugido que ha hecho eco traspasando las fronteras y los temores que lo callaron alguna vez.

Y es que en medio del contexto sociopolítico en el que nos encontramos, es sabido que en algún momento esto tendría que ocurrir. Ya se ha dicho bastante que las manifestaciones que hoy agitan el país “no son por 30 pesos, sino por 30 años”. En realidad, más de 30 años. Muchas de las demandas que hoy se mencionan y salen a la luz en voces y pancartas, vienen arrastrándose desde la dictadura. En un inicio, si bien es cierto, lo más visible fue el tema del alza del transporte, pero con ella también se alzaron los gritos de la gente exigiendo cambiar un sistema que no ha hecho más que vejar la dignidad de las personas, partiendo desde una constitución que permanece desde la dictadura misma, pasando por el costo de la vida que se eleva ante sueldos escuálidos y estancados, siguiendo por un sistema de salud que castiga a quien no puede pagarlo y para qué decir las pensiones de hambre y crueldad que reciben los adultos y adultas mayores. Podría continuar enumerando el listado. Increíblemente, aún en estos días aún hay quienes creen “ingenuamente” que esto solamente se trata de “30 pesos”.

Con el paso de las horas, Chile ya no tiene miedo, sino que se moviliza desde una comprensible y poderosa rabia que le ha hecho al fin tomar el rol protagónico que le corresponde en su historia. Sin embargo, siempre hay personajes en este relato que van a realizar intervenciones nada más que para empeorar el panorama. Por más que se haya escudado en su “indignación”, no olvidemos que desde su cargo de presidente, Sebastián Piñera se atrevió a decir que “estamos en guerra”. Una guerra inventada que, claramente, busca alarmar, despertar el terror del pueblo y dividirnos. Por más que quiera hacer creer lo contrario, está perdido. Sacó a los milicos a la calle (Lo siento, pero aunque la formalidad diga otra cosa, ni mi sentir ni mi pensar me permiten llamarles “militares”) y estos han herido y matado como si estuviéramos en aquel período dictatorial que tanto dolor aún causa en tanta gente. Y a ellos se suma todo personaje descontrolado e irreflexivo con uniforme, que sin reparo alguno vuelve y dispara las armas en contra de su pueblo con tal de defender a quienes dicen gobernar.

Cuando hace días esto comenzó con las llamadas “evasiones masivas” en el metro de Santiago, de inmediato desde el poder llenaron los medios de comunicación insistiendo con que esta “no es la forma” de manifestarse. ¿No es la forma? ¿Acaso fueron capaces de escuchar cuando innumerables veces se realizaron marchas e intervenciones llenas de colores y alegría? ¿Se atreven a decirnos que no es la forma, cuando sin reparo alguno dejan que hieran y asesinen al pueblo chileno? 

Gobernantes déspotas, que aún tratan de sostener una máscara que ya no les queda. Nos hablan de diálogo apuntándonos con sus armas y yo no puedo más de asco y de rabia. No les perdono estas muertes que reducen a cuerpos sin rostro, no les perdono su soberbia ambiciosa, no les perdono por nada que después de tantos años hayan devuelto a mis padres el dolor y el miedo que les dejó la dictadura. Y esto, precisamente, es lo que me moviliza. Lo que nos moviliza como país porque, por más que nos quieran hacer creer lo contrario, esta guerra es una desmedida y cruel ficción creada por quien ya perdió los estribos y el pseudoliderazgo que creyó tener alguna vez. Quieren reducir este movimiento a “actos vandálicos”, manipulando los hilos de los medios de comunicación, buscando hacernos creer que lo que está sucediendo es nuestra culpa y así, hacernos retroceder, dándole tribuna a los saqueos, buses y metros que se queman. ¿No se supone que estos personajes de uniforme recorriendo las comunas y ciudades, impedirían eso? ¿Y qué pasa con nuestros muertos? Para pensar, ¿no? Y, sin embargo, seguimos sin estar en guerra, luchando desde nuestros lugares, entre gritos, cantos y cacerolas que jamás se compararán con sus golpes y disparos.
Chile despierta, despertó, ha despertado. Más allá de la conjugación verbal, la raíz de la acción es la misma y ya no hay vuelta atrás, aunque traten de hacernos creer algo distinto.





martes, 1 de octubre de 2019

"Déjenme" y esa (in)explicable necesidad de narrarnos hoy en día


Canción sugerida para esta lectura (A modo de soundtrack, si quieren llamarle así): // "Déjenme" // (Álvaro Scaramelli)

Aún la semana no despega como corresponde y las noticias de la capital de esta larga, angosta y penosa faja de tierra nos cuentan que solo durante la tarde se ha sabido de dos suicidios en espacios públicos. Entre la ingesta de cianuro y aquella muerte en el metro, otra vez aparece la latente idea de cuestionar qué está pasando con la salud mental y de cómo en esta sociedad chilena le estamos haciendo el aguante a la vida cotidiana. 
Seguramente, por eso el taxista que hoy nos trajo hasta la casa escuchaba una radio en la que justo programaron aquella agobiante, pero tan real canción de Scaramelli "Déjenme". Si bien, la referencia musical no es precisamente actual, sí me lleva a relacionar la letra de la canción con estos hechos que al fin son pura desesperación que ya no dio para más. Es más, algo me pasa con ese tema: hay fragmentos que me recuerdan mis críticos períodos del ayer, cuando más de una vez me vi enfrentada a alguna crisis de pánico. No se lo doy a nadie... a menos que sea alguien muy chuchesumadre, pero eso no es tema aquí. Son recuerdos que, una vez que se activan, transportan a esos días por unos segundos y tragar saliva es la respuesta más próxima.
¿Y a qué viene todo esto? Necesito dejarlo en algún lado y sé que siempre las palabras estarán bien puestas aquí hasta que alguien llegue a ellas. 

Curiosamente, algo bien freak (o como quieran llamarle) me volvió a pasar hoy en medio del mundo virtual. De seguro, varios de mis queridos lectores y lectoras ya conocen mi página de Facebook, lugar creado para difundir mis letras y en el que actualmente también difundo y recibo encargos de ventas y envíos de "El carnaval de las esgrimas", mi segunda novela. Los mensajes que recibo internamente suelen ser para esto: encargar libros, expresarme sus sentimientos ante lo que escribo y sus vibras bonitas y benditas. Sin embargo, hoy después de mucho tiempo me escribió un hombre contándome sobre lo triste que se sentía. No es primera vez que alguien acude a un mensaje de este tipo para hacerlo llegar. Lo que me resulta algo singular es ¿por qué contarle de mi tristeza y pedirle ayuda a una escritora que se dedica a eso: escribir, precisamente? Además de leerlos, lamentablemente, no es mucho más lo que podría hacer. Y aun así, comprendo que es parte de cómo funcionan hoy las dinámicas de comunicación entre las personas. Y sí, existen muchas formas de compartir y canalizar esos pesares. Yo, al menos, hasta ahora nunca había pensado en escribir a un escritor(a) desconocido(a) para contarle algo así de personal. (Ahora, que esté rodeada de amores escritores es parte de mi trabajo y lo amo, pero ver ciertas cosas desde otro punto resulta también algo inquietante y que puede mover nuevas ideas también.) 

En fin, hace tiempo no lanzaba mis palabras al blog de manera tan rápida. La vida de profe, aunque no me ocupa toda la jornada, me tiene cansada a estas alturas del año, mientras que por otro lado, la creatividad y la escritura se ponen de acuerdo para empujarme a no rendirme y seguir esta ruta, la oficial y primera para mí. La vida sigue su trama, vienen nuevos capítulos de un libro nuevo también y, aunque vaya aparentemente despacio, ahí voy y ahí estoy. Esto de dejar el acontecer diario acá es inusual, pero necesario de vez en cuando.

Ya podré escribir algo más claro y con más tiempo, pero las palabras son palabras y ni ahí con reprimirlas. Si quieren salir, que salgan, corran y que lleguen lejos, si así lo quieren.





viernes, 20 de septiembre de 2019

“Araña” y la realidad del eterno retorno



Hace días tuve la oportunidad de asistir a una función de cine dirigida a profesores(as) y estudiantes de Pedagogía. La película: “Araña” del director chileno Andrés Wood.
Antes de comentar mis apreciaciones sobre esta producción, siento necesario aclarar que no soy ninguna experta en cine, menos aún, parte de un círculo odioso de críticos criticadísimos. Simplemente, quiero compartir mi experiencia desde el rol de espectadora.
Desde que escuché el nombre de esta obra, incluso antes de su estreno, me causó bastante curiosidad. De seguro que es mucho lo que podríamos imaginar y sentir ante la idea de una o más arañas merodeando en un lugar. Así partió una idea inquieta que, finalmente, se fue aclarando en el transcurso de la función.

La historia narra la historia de Inés y Justo, una joven pareja que posteriormente, se verá unida a Gerardo en un lazo que, luego de una serie de acontecimientos, se convertirá en un triángulo amoroso inmerso en el contexto sociopolítico de la Unidad Popular, del cual son férreos opositores. De esta forma, se muestra que los tres jóvenes son integrantes de Patria y Libertad y están fervientemente dispuestos a acabar con eso que llaman “cáncer marxista”.
Sin embargo, esta linealidad no permanece y desde un comienzo se evidencia una relación entre aquella lejana juventud y un presente en el que el matrimonio de Inés y Justo se ve amenazado ante el pasado que ha regresado a través de la presencia de un Gerardo que no estaba muerto ni de parranda y que, como si fuera poco, continúa manteniendo con firmeza las ideas que defendió brutalmente cuando joven.

“La patria es como una mujer” se escucha durante la película. Es el mismo personaje de Gerardo, quien sostiene que si a una mujer la están violando él no va a esperar y va a estar dispuesto a hacerle justicia con sus propias manos. Sin embargo, tras aquellas palabras que hoy podrían asociarse a las tan conocidas detenciones ciudadanas, existe un discurso que no quedó sepultado con Patria y Libertad, sino que se hace presente y, de esta forma, la aparente estabilidad de Inés y Justo tiembla, se ve perseguida al borde de un derrumbe que podría repercutir en su familia y en todo lo que lograron construir tras cuarenta años.

Mientras tanto, Inés tratará de mover todos los hilos posibles de sus influencias para que el ayer no tome tribuna en su realidad actual, en medio de una serie de intentos mezclados con alcohol y pastillas que no estarán ausentes a la hora de tener que enfrentarse a un escenario azaroso e inesperado.

¿Y qué pasa con estos integrantes de lo que fue Patria y Libertad? Existe una aparente decadencia que sabe mostrarse muy bien. Por un lado, se muestra a una Inés determinante, dispuesta a hacerse escuchar, a pesar del miedo y, paralelamente, a un Justo acobardado y sumergido en una batalla constante con la negación, pero que al fin de cuentas no olvida quién es y qué ha hecho realmente. Justo y Gerardo en la actualidad podrían ser tildados como esos “pobres viejitos” que hoy no recuerdan bien qué pasó en aquellos años en los que “en nombre de su patria” cometieron crímenes que hasta hoy permanecen de una u otra forma. Esos ahora “indefensos personajes” que cargan con enfermedades mentales que, supuestamente, les impedirían enfrentar un juicio. Sin embargo, en el fondo la realidad es otra: estas arañas siguen entre nosotros y no se quedaron inmóviles ni olvidadas en las banderas ni en los distintivos que aquellos jóvenes de Patria y Libertad portaban en sus brazos. 

Llega un momento en la película en el que, de manera vehemente y estremecedora, se escucha otra vez ese grito que dice que “Chile es para los chilenos”. Entonces, se confirma lo dicho: las arañas todavía trepan y se dejan ver en más de una ocasión. Están en distintos espacios, desparramando su discurso de odio y generando así, un eterno retorno de este: desde los medios de comunicación hasta incluso las penosas personas llamadas “comunes y corrientes”. Siguen aquí, pero también junto a ellas, les hace frente la resistencia.



martes, 9 de abril de 2019

El día que “Olvídame tú” traspasó la canción misma



Dicen que es cuestión de tiempo, que lo mejor es quedarse con los recuerdos bonitos y seguir andando. Ya vendrán más historias y más canciones para acompañar estos días. No, en realidad no me refiero a una ruptura sentimental, sino que a algo que va más allá de lo personal. Es que con el paso de las semanas puedo decir oficialmente que soy una como tantas, como tanta gente que hoy con tan solo escuchar el nombre de Miguel Bosé siente nostalgia, vergüenza ajena y una sensación de molestia que no es fácil cargar después de haber vivido años acompañada de sus canciones.

Sé que se le ha dado bastante tribuna, que muchos ya han escrito acerca del singular estado en el que pareciera encontrarse Bosé, pero de verdad que no es simple enfrentar la contingencia con parte de la banda sonora de mi vida.

Entonces, cuando creímos que ya había pasado, que las declaraciones desacertadas eran historia, llega y se supera a sí mismo con ese afán enfermizo que incluso se hace tan penoso y despreciable como cuando la derecha chilena justifica su gobierno mediocre y decadente, escudándose en la imagen de la ex presidenta Michelle Bachelet.

Aún recuerdo mi sorpresa luego de que lanzara su primer comentario desastroso al mandar a la ex mandataria a “mover las nalgas” ante la situación que vive Venezuela. Sin embargo, ya es sabido que después de aquella disculpa, el cantante no se quedó tranquilo, volvió a lo mismo y resultó ser peor. Uno, dos, tres, ¿cuántos videítos más? Yo si estuviese en su lugar, me quedaría en silencio en nombre de la poca dignidad que pareciera ir quedándole a estas alturas. Porque no le bastó con tratar a Bachelet de “cobarde” y “cómplice”, sino que además está cayendo en el abismo de aquellos artistas que alguna vez brillaron y que hoy solo llaman la atención por sus desvaríos, sus intervenciones fuera de lugar, dejando en el pasado lo que alguna vez entregaron a su público. (Se sabe que en Chile también tenemos uno que otro caso de estos y no es motivo de orgullo decirlo)

Voy haciendo mi propio flash back y un saborcito a nostalgia regresa cuando me acuerdo de los días en los que canté alguna canción de Bosé en los pastos del Pedagógico o en aquel momento que me sentí con mis latidos a más no poder, tras recibir una noticia de mal de amores o algo por el estilo. Incluso aún recuerdo que la última vez que dio un concierto en Chile, mucho antes de conocer sus contingentes delirios, me prometí que para una próxima oportunidad sí o sí compraría mi entrada para su show. Sin embargo, ya no hace ni hará falta, pues el show Bosé ya empezó a darlo hace un rato gratuitamente, exhibiéndose sin mayor reparo ante lo cotidiano, apelando a Michelle Bachelet de las maneras más absurdas posibles. En serio, yo me pregunto si Bosé creerá que la ex presidenta tiene algún poder sobrenatural o qué. Está bien. Una cosa es admirarla y reconocer lo que ha hecho, pero otra muy distinta es asumir que tiene un carácter mesiánico y que con su sola presencia y palabra Venezuela estará en paz. No, la respuesta no está en ella. Por más que se esfuerce en creerlo y hacerlo creer, Bachelet no tiene un súper poder para cambiar la realidad venezolana por arte de magia, porque por lo que expresa, da a entender que eso es lo que él piensa.

Qué ganas de creer que todo esto no es más que una mala broma de uno de los artistas que más llegué a admirar. ¿De verdad es necesario exponerse de esa forma y ser el blanco de la vergüenza ajena? Hoy la voz de Miguel Bosé pierde fuerzas, se nota que ya no es la de ayer, pero qué bonito sería que esa voz volviera a encausarse en lo que sabe hacer en lugar de andar lanzando comentarios tan “orgánicos” a diestra y siniestra. Y no, no se trata de que él no pueda expresarse ni tener opinión política, pero una cosa es plantear ideas y otra muy distinta es caer en lo obsesivo, en lo decadente e incomprensible al punto de violentar, difamar e incluso negar y dar la espalda a quien alguna vez apoyaste con la misma convicción que hoy tienes para darte vuelta la chaqueta de manera olímpica.

“Olvídame tú, que yo no puedo” dejó de ser parte de la letra de una de las canciones del repertorio de Bosé para traspasar aquella música hasta aplastarla y convertirla en un cuento que ojalá termine pronto. Nos queda clarísimo que Miguel no se va a olvidar fácilmente de Bachelet, pero sí dejó en el olvido aquellos días en los que fue parte de su campaña política. (¿Traición?)

Qué curioso, ¿no? Pensar que hasta hace unos meses Bosé fue parte de la banda sonora que acompañaba mis procesos de escritura de mi nuevo libro. Hoy, por fortuna, respiro aliviada al confirmar que ningún trocito de sus canciones fue citado en mi novela. No me veo pudiendo soportar algo así en la actualidad. No sería capaz de cargar con la adolorida vergüenza aún existente de la seguidora que fui. Por lo visto, yo también tendré que olvidar aquel repertorio o, al menos, postergarlo. 

Quizás, hasta que estos delirios terminen, la calma regrese y Miguel Bosé vuelva a hacer noticia por su música y no por sus bochornosas intervenciones. Aunque, siendo sincera, no tengo mayor esperanza de que así sea. No por ahora, al menos.


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(Imagen extraída de El Dínamo)


sábado, 22 de diciembre de 2018

Cuando el río suena: De una trabajadora como tantas a su jefe



No es necesario que lo niegue, yo ya estoy enterada. Lo sé todo. ¿Acaso usted no? Si le pedí que viniéramos a conversar al patio es porque los dos sabemos que adentro las paredes tienen oídos y, precisamente, por eso también le pedí que habláramos. No puedo hacer como que no pasa nada, porque del diccionario de mi vida hay una palabra que nunca incluí, que nunca acepté: disimular. Tanta gente que nos miente hoy en día, yo no quiero ser parte de ese verbo ni menos conjugarlo. Usted sabe de lo que hablo, no hace falta que me mire con esa cara de perrito mojado. ¿Cómo lo supe? De una fuente que dudo que esté equivocada, tal como ese refrán que dice: “Cuando el río suena es porque piedras trae”. Ojalá fueran rumores, habladurías de la señora que de pasillo en pasillo no encuentra nada mejor que hacer circular chismes porque se ve que su vida es una soberana lata, pero a estas alturas ya no voy a compadecerme de ese tipo de “gente”.

Sí, dire. Lo sé todo. Ya supe que me van a echar y mi despido es un hecho, solo falta que me lo confirmen. ¿Me dice que usted no es quien decide eso, sino la dueña del establecimiento? Claro que lo entiendo, pero incluso así, esto ya se sabe. No hace falta que se excuse, porque tal como una vez dijo, usted aquí “pesa menos que un paquete de cabritas”. No lo digo yo ni mis colegas, fueron palabras suyas, ¿las recuerda? De todas formas, es un paquete de cabritas buena onda, que conmigo supo mantener un vínculo laboral tranquilo durante este año que estuve aquí, sin caer en las desautorizaciones ni en acciones déspotas. Al final, es una marioneta más, tal como yo y el resto de mis colegas. O, ya que estamos en Navidad, podríamos ponernos a tono y decir que en lugar de marionetas somos como esos duendes mágicos que la gente anda buscando enloquecida en el comercio. ¿En qué nos parecemos a ellos? A nosotros también nos pusieron un precio, pero yo no creo que la gente se distinga por su precio, sino por su valor y yo aprendí que valgo mucho, lo suficiente como para no querer exponerme más.

¿Qué me está preguntando? ¿Usted cree que voy a ir a ese paseo de fin de año, ese que está programado para el próximo viernes 28 de diciembre? No, director, yo no me voy a prestar para ese espectáculo. ¿Para qué? ¿Para que ese parcito de cahuineras disfrute presenciando el momento en que me digan que ya no seguiré trabajando aquí? No voy a ser parte de ese show. Sí, usted sabe a quienes me refiero. ¿Lo ve? Aunque usted sea el director y yo una de las profes de acá, opinamos lo mismo y nos sentimos igual de basureados. No es necesario que se haga el desentendido (no digo otra expresión, porque me cae bien igual) Se nota que es cierto lo que me contó una vez: usted también se dedica a la escritura igual que yo, pero como actor le falta práctica.

¿Sabe? Yo ahora estoy con la actitud y la mirada de quien ya no pierde nada, pero sí lo lamento por las estudiantes del que fue su curso de jefatura este año. Ese grupo de chiquillas y señoras que con ilusión y una fuerza admirable luchan por sacar su Educación Media. Ellas querían que el próximo año yo las acompañara en su licenciatura, pero entiendo que no será así y ya no depende de mí. Solo espero que cuando en marzo del 2019 pregunten qué pasó, quien corresponda tenga el respeto y dignidad de decirles la verdad, a diferencia de lo que pasó este año. ¿No supo esa, dire? Cuando empezaron las clases en marzo, una estudiante le preguntó a la secretaria por qué ya no estaba el otro profe de Lenguaje. Le contestó que “pasa que los profesores, a veces, deciden tomar otros rumbos…” y qué sé yo. Por favor, no quiero que digan lo mismo de mí. Siempre quise trabajar en un colegio de adultos, era uno de mis sueños de profe y lo logré, pero hasta entonces no sabía por qué yo estaba ocupando el lugar de un colega querido en ese ambiente y destacado en su quehacer. Él no tomó otro rumbo porque quiso, sino por antojo de los poderes de arriba, porque se les puso entre ceja y ceja a los peces gordos, tal como me pasa a mí ahora. Porque nunca me presté para sus mierdas, sus chismes ni para ser cómplice de sus comentarios de pasillo. No me arrepiento de mi forma de ser ni de actuar. No me arrepiento de haberles pedido a mis dos nuevas amigas que impidieran que me celebraran el cumpleaños en el trabajo. No hubiese soportado tanta hipocresía junta cantándome ni diciendo palabras lindas que no sienten, menos en un grupo tan reducido donde no es tan fácil escabullirse de la “convivencia”. Tampoco me arrepentiría jamás de no haber cumplido con esa tradición de mierda de la “pagada de piso” (Los más crédulos dirán que por eso la suerte no me acompañó) Y no es que yo sea una persona engreída o algo así, pero me basta con tener un trato cordial con quienes son parte de mi trabajo. Soy sumamente estructurada, introvertida y, como si fuera poco, agorafóbica en tratamiento. Me basta y me sobra con hacer bien mi trabajo y sé que lo logré. Lo sé porque es lo que me transmitieron mis estudiantes con su gratitud y su motivación. Me llevo eso para el camino que viene junto a un gran aprendizaje. Gracias por la oportunidad, por confiar en mí y por su recomendación, dire. Tal como le dije antes, no importa que tengamos cargos distintos, porque al final estamos en las mismas y las cartas están tiradas.

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Fin de la historia:

El pasado lunes, el director nos reunió en la sala de profes para contarnos que todos fuimos despedidos, a excepción del típico chupamedias infaltable en todos los grupos de trabajo. Entonces, le dije al director: “Ahora, oficialmente soy profe cesante y escritora 24/7. A diferencia de mis compañeros, me voy con lo puesto, sin finiquito. Creo que no me queda más que convertirme en bestseller con mi nueva novela que está a punto de publicarse.” Me sonrió, ya no como un jefe, sino como uno más de nosotros. No hizo falta esperar hasta el 28. La olla a presión no dio más, el telón se cayó antes de tiempo y, de verdad, aunque suene insólito, lo agradezco.









domingo, 25 de noviembre de 2018

25 de noviembre: Tres mariposas y una lucha que continúa



25 de noviembre de 2018: Escribo desde mi lugar, mientras mi perrito se prepara para su siesta y el calor de esta primavera con sabor a verano pareciera no querer ceder. De pronto, vuelvo la vista y, a través de la ventana, me doy cuenta de que son tres las mariposas que vuelan muy cerca.
Precisamente, así pasó en la historia. Este 25 de noviembre está marcado en el calendario en memoria de esas tres mariposas, tal como les llamaban a las hermanas Mirabal, mujeres asesinadas en un día como hoy en 1960, durante la dictadura dominicana. Es debido a la lucha de ellas que esta fecha se eligió como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujeres.

Luego de esta breve referencia histórica, vuelvo a un presente que no olvida y que en Chile y el mundo continúa sosteniendo una lucha que no ha concluido. Increíblemente, muchos se preguntan por qué las feministas seguimos adelante, incomodando a esa sociedad machista que no soporta verse cuestionada. Más de una vez he escuchado: “¿Para qué siguen reclamando si ya ganaron el derecho a voto y pueden estudiar? ¿Qué más quieren? Feministas eran las de antes.” Pura miseria humana, claro. Sin embargo, comentarios de ese tipo no hacen más que evidenciar a quienes, simplemente, hablan desde la ignorancia y/o su sitial de comodidad y privilegios.

Quisiera compartir algunas de las experiencias que cada día me reafirman un poco más las convicciones. Voy a referirme a ejemplos cercanos, pero aunque estén relacionados con lo personal, lo más seguro es que muchas se sentirán identificadas en algún aspecto, por más distintas que pudiesen ser nuestras historias.

Recuerdo que hace años, el feminismo lo llevaba en silencio y tímidamente. Desconocía muchos de los aprendizajes que he vivido y naturalizaba acciones y palabras propias del machismo. Fui violentada psicológicamente por hombres a los que en su momento traté de justificar y comprender, apelando a la falsa y cruel idea de que “El amor duele, pero todo lo aguanta”. Así, con expresiones que parecen ser inofensivas, que pasan desapercibidas dentro de los llamados “micromachismos”, las mujeres desde pequeñas nos vemos enfrentadas a una realidad plagada de estereotipos y mandatos que, lamentablemente, hasta hoy se asumen como una verdad. Desde el uso peyorativo de la expresión “no te comportes como niñita”, pasando por las ideas de cuerpos perfectos que nos imponen, el acoso callejero, frases que han llegado a matar como el típico: “Los celos son una demostración de amor. Si te cela, te ama” y así, suma y sigue.

Hace unos meses, con mi grupo de amigas nos juntamos a celebrar el cumpleaños de una de ellas. Ese día, otra de las integrantes nos anunciaba que al fin nos presentaría a su pololo, ese con quien tiene planes para el futuro y que la hace ser tan feliz. Fue entonces que, durante la noche, nos reunimos a conversar de diversos temas hasta que, no recuerdo por qué, este tipo lanzó la frase que quebró el ambiente: “¡Es que estas feminazis y sus protestas!” Justo cuando se disponía a seguir con esa típica convicción imbécil de machito, lo enfrenté, le conté sobre mi trabajo como feminista y lo evidencié ante las demás, dejando en su cara una expresión de sorpresa y pelotudez inolvidable. Pude haber seguido con mis palabras, pero al ver a mi amiga ahí, con ganas de hacer un agujerito y esconderse, cargando con la vergüenza ajena que le estaba causando su pololo, me callé. Mi amiga sonreía tímida, incómoda a más no poder, pero yo no iba a dejar que nos violentaran de esa manera, por eso mi rabia y mi respuesta (Y no había tomado alcohol, lo aclaro) Cuando llegó la celebración de mi cumpleaños, a pesar de que lo planeamos con meses de anticipación, a última hora  ella se deshizo en excusas telefónicas poco convincentes, hasta que finalmente me dijo que “estaba con su pololo”. Saquen sus conclusiones. Desde entonces, aunque seguimos coincidiendo en lugares, algo se quebró para siempre entre nosotras. Ya no se junta con nuestro grupo de amigas, se fue hacia adentro, su luz se apagó y cada día se apaga más. Cada vez que puede, nos dice lo buen hombre que es, seguramente tratando de manera inútil que le compremos su relato. Lo que más me duele es que yo, teniendo algunas de las herramientas para apoyarla, no pueda hacerlo… porque en nombre del amor romántico se siente feliz y lo justifica. Por más que le advertimos, prefirió alejarse.

Sin embargo, mi desaliento y dolor se paralizan cuando veo a mis estudiantes, quienes han sido mis grandes maestras. Si hay algo más que claro es que esto es un proceso constante, en el que  vamos aprendiendo, desarraigando mitos y prejuicios. Soy profesora en un colegio de adult@s y este año he conocido a mujeres admirables de distintas edades, provenientes de realidades adversas, feministas en sus actos y en su modo de ver el mundo, que me dan la esperanza para seguir luchando desde mi rol de docente y escritora. Vuelvo a mirar por la ventana y me doy cuenta de que esas tres mariposas no se irán, que son parte de la lucha que no abandonamos y que cada vez que hacemos presente con palabras y acciones, hacen temblar a ese machismo que no soporta la idea de volverse frágil y destruido. Tal como dijo Eduardo Galeano, mostrando que existe, aunque se niegue “el miedo del hombre a la mujer sin miedo”.